Pronto terminaremos el año, y aunque los días son como todos los días, las reflexiones como los recuerdos son inevitables. Porque le damos un descanso al cálculo de la razón, y dejamos devenir el tiempo para que en su libre el transcurrir nos deje participar de la fiesta del pensamiento… pensamiento que trae esos aprendizajes que resbalan de los libros y se quedan en ese intangible que llamamos experiencia de vida.
Y es que este año aprendí, que las piedras del camino duelen y hasta lastiman, pero mientras sana la herida, se crece en el silencio, y se descubre la tibieza del abrazo amigo.
Aprendí, que a veces tengo espinas con las que puedo dañar. Pero al darme cuenta, y no sin dolor, pude ver la soberbia y el egoísmo camuflados, engañándome.
Y en ese de-velo, conocí la longitud del instante de desasosiego pero también la fragilidad que te hace pequeña, tan pequeña como para caber en la mano de un creador que ama más allá del error.
Aprendí, que una vida plena significa, responsabilidad, esfuerzo, trabajo, renuncia pero que esas condiciones carecen de sentido sino se armonizan con la paz interior.
Y que la paz interior hay que cultivarla cada día, con pequeños gestos, con aceptación de lo eventual, con la entrega tranquila a los sencillos deleites, evitando que la eficacia del reloj quite la magia de lo cotidiano, haciendo perder la textura que late en el instante.
Porque aún en ese instante, se juega el sentido de estar vivo, humanamente vivo y es donde encuentra cobijo lo que hago o deshago, la lágrima y la risa, el proyecto y también el recuerdo.
Por eso, este año aprendí, que es tan grande e inmerecido el regalo recibido que no cabe en la palabra, tal vez en la oración, en el silencio o simplemente en continuar caminando por estos senderos en construcción perpetua que es la vida, con la mirada cándida y las manos abiertas.
Jackie
No hay comentarios:
Publicar un comentario